Allí va el río, como un susurro largo,
cargando memorias de antaño, de espaldas mojadas,
de mulas y arrieros que traen consigo
el eco del monte y el llanto de las quebradas.
El agua besa las piedras con su lengua clara,
mientras el cielo, en tonos de añil, despierta al sol.
Los cafetales susurran secretos al viento,
y en los pueblos dormidos, la esperanza florece en flor.
Ay, mi tierra, la que nace al pie del río,
donde los hombres sudan y las mujeres tejen,
donde el lamento del campo es canción callada
y las estrellas titilan sobre la palma que mece.
¡Cómo lloras en la noche, río!
Llevas en tu vientre las penas de un pueblo,
las promesas rotas que lanza el gobierno
y el sueño del campesino, que sigue en duelo.
Pero al alba, cuando el gallo anuncia su canto,
te vistes de oro, con la luz nueva,
y la esperanza brota entre los surcos,
como un retoño que no teme al olvido.
Yo soy el hijo de esta tierra, río,
de tus aguas bebo mi nombre y mi destino.
Soy campesino, y en mis manos el grano
se convierte en sustento, en sudor divino.
Correrás siempre, bajo el puente de mis días,
y aunque el mundo cambie, tú seguirás,
como un testigo fiel, como un verso eterno
que en las montañas jamás se perderá.