Mis manos son de tierra, de barro endurecido,
labradas por el surco, curtidas por el frío.
Son manos que rezan al ritmo del arado,
que siembran la esperanza en cada grano echado.
Son manos de mi abuelo, que fue hombre del campo,
y en sus arrugas llevo la historia del quebranto.
Manos que en el viento tejen con su calma,
el futuro incierto de esta patria en su alma.
Cuando el cielo se tiñe de sombras y silencio,
mis manos no descansan, conocen su tormento.
La tierra es madre dura, pero madre al fin,
y a su pecho me abrazo, en su polvo sin fin.
En los surcos de la montaña, donde el río canta bajo,
mis manos se entierran, buscando el trabajo.
Ay, qué duro es el suelo, qué áspero el destino,
pero en cada semilla va un sueño campesino.
Con ellas levanto el grano que alimenta,
el café que en la tierra se fragua y fermenta.
Son manos que el sudor las vuelve ríos pequeños,
pero en ellas florece el café de mis sueños.
Y aunque el cielo se quiebre en lágrimas tardías,
mis manos seguirán, fieles, cada día.
Porque en la tierra llevo mi historia escrita,
y en cada surco abierto, la vida resucita.
Manos de tierra, de lucha y de esperanza,
en ti se forja el día, en ti crece la labranza.
Cuando mis huesos caigan, y el polvo me reclame,
serán tus manos, tierra, las que me llamen
.jpeg)
